¿Cómo se siente salir a la calle?
El concepto elegido esta semana para nuestro ejercicio de palabras fue Vigilancia moral.
Nos cuestionamos y reflexionamos sobre cómo nos sentimos, a qué miedos nos enfrentamos y de qué manera nos relacionamos con la vigilancia.
¿Se identifican con alguno de ellos?
Andrea Jiménez

"Te vigilan ahora, para castigarte después"
Macarena Matrajt
Vigilancia Moral, una reflexión:
Intentaré hacer una reflexión cortita.
Mis papás me enseñaron sobre vigilancia moral.
En mi casa mi educación se alimentaba en “¿qué van a pensar los demás?”.
Desde los más pequeños detalles como taparse la boca cuando uno bosteza, hasta agarrar bien un tenedor. Cuando hacía algo que no debía, esa era la pregunta que surgía: “¿qué van a pensar los demás?”
Esto generó una ansiedad muy arraigada dentro de mí, y toda mi vida me he comportado no por sentir que era lo mejor para mí o en consecuencia para la sociedad, sino porque “¿qué pensarían los demás?”.
No culpo a mis padres por este tipo de educación, a mi madre en realidad (porque mi papa es un poco más: "haz lo que te haga feliz y mejor pedir perdón que permiso"; claro, dependiendo de la situación, él es más un hombre de consecuencias).
Empezando la cuarentena, me di cuenta que me ponía en situaciones que luego me generaban tristeza, frustración y decepción. Después de mirar hacia adentro, me di cuenta que al momento de tomar decisiones repetía un patrón y la raíz de ese patrón era decir que si por miedo a “qué es lo que la gente pensaría de mí” diría que no.
Hoy en día, salir a la calle para mí es un desgaste. Cuando me cruzo con otras personas, todas estas preguntas se generan en mi mente, pero todas parten de la misma: ¿qué están pensando los demás de mi?
Es tanta la presión, que siento que debería de llevar diferentes papelitos en mi bolsa y pasarlos a los extraños, papelitos que expliquen que estoy en la calle porque necesito ir al supermercado, o que mi salud mental necesita de cinco minutos, o de una caminata rápida por la cuadra…
Me pregunto si es realmente necesario… lo que viene a la parte más importante para mí, de esta reflexión:
¿Cuánto tengo que explicar? ¿Cuánto me tengo que doblar? Aunque la búsqueda de esas respuestas me cause dolor y me deje a un lado, siendo que en realidad estoy en mi propio derecho de no dar explicaciones y hacerlo porque es para mí bien.
Claudia Valerdi



Poema hecho con mensajes de personas cercanas o conocidas recopilados de whatsapp, twitter y facebook.
Ariadna Burgueño
En esta situación que estamos viviendo, las emociones desbordadas son algo “natural” y es que de tener una vida socialmente activa, pasamos a un estado de inactividad total, y con esto no me refiero a que NO hagamos el famoso Home Office, sino a que nuestras salidas cada fin de semana se acabaron, el café con tu mejor amiga ya no llega cada martes por la tarde, y que los paseos matutinos ya no frecuentan tu semana. Esto provoca en nosotras tantas opiniones encontradas, pues llegamos a ser juezas de todo el mundo, vemos con malos ojos que nuestros vecinos hagan reuniones porque nos dijeron que podemos contagiarnos muy fácilmente de un virus mortal. Nos enojamos si nuestros padres salen a comprar insumos. Regañamos a nuestras amigas por ir al cajero (pues el dinero ahorita puede esperar, a parte, ¿por qué estaría bien “manosear” billetes cuando es el medio por el que más contagios hay?) e incluso llegamos a sentirnos mal con nosotras por querer salir a estirar las piernas, por pasear a nuestra mascota, por correr a ponerle una recarga al celular. Nos juzgamos y juzgamos a los demás, y es que a estas alturas, no sabemos a ciencia cierta si lo que hacemos, lo hacemos por prevención y preocupación o porque esa vigilancia moral no nos deja seguir…
Daniela Jiménez

Pintura sobre papel después de una catarsis al darse cuenta que los mensajes y miradas generan miedo, y eso también hay que cuestionarlo.
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